Los kilómetros sumaban experiencia al motor que impulsaba todo esto, consumía sentimientos con cada explosión interna, el sentido común, agonizaba abatido entre los pistones que dirigían un ejercito de bujías ardiendo, las válvulas respiraban el polvo que había bajo la cama, distribuyendo movimiento en distintas direcciones, cambiando el aceite por tinta, cargó el deposito de sueños, trazando un tortuoso camino de piedras. Desde aquel día, que acogió a un BIC, que pedía limosna en el metro de Legazpi, para así sentir el calor de la fricción con el folio, era su cantar favorito, su danza prohibida, sierva y presa de una mente maldita.
Mirar a través desde aquel trono, era saciar ganas de volar, sentirse libre en tu propia jaula chapada en oro, donde la rutina, alquiló parte de ella, concretamente cada crujido del parqué, y todas las exclamaciones pronunciadas, enviándole la factura a una paloma mensajera, que escapó al mar, ya que nada tenía sentido y carecía del terciopelo que ofrecen las plumas, atrapé la luz que se reflejaba en tu mirada, en la botella que tiró al mar, mientras cada marisopla se congelaba tras un cristal violeta...
Observando el camino, manteniendo la distancia, la constancia es la técnica del semblante, ya que los corazones, hacen que mueren, pero en realidad estan recomponiéndose, para renacer una vez más...